Cuatro muertos, un toque de queda y varias imágenes históricas después, el Congreso de los Estados Unidos ha refrendado la elección de Joe Biden como presidente del país. El asalto al Capitolio sólo interrumpió temporalmente la validación de los votos emitidos por el Colegio Electoral, un trámite que no suele revestir mayor importancia, por lo certero del resultado, y que ayer se imprimió con sangre y fuego en la historia negra de Estados Unidos. A priori, el proceso electoral ha acabado.
A priori.
¿Qué hará Trump? Por primera vez en la historia, un presidente saliente se niega a abandonar el poder. Formalmente, Trump seguirá en la Casa Blanca hasta el 20 de enero. Por lo que sus actos revisten una especial importancia. La respuesta ideal a la pregunta planteada en este párrafo es la siguiente: nada. Trump podría conceder la victoria a su oponente y facilitar la transición de gobierno. Ayer, tras semanas de evasivas, dio muestras de aceptación: "Habrá una transición ordenada".
No obstante, una concesión formal está fuera del arco de posibilidades. Trump se ha negado en rotundo y ayer volvió a reafirmarse frente a sus seguidores: "Nunca concederé".
Insurrection Act. Saltemos a la política-ficción. ¿Qué instrumentos tiene un presidente electo para perpetuarse en el poder? El más debatido y comentado durante los últimos días es un documento de 1807 llamado "Insurrection Act". De forma simple, concede al presidente la posibilidad de desplegar tropas militares en territorio estadounidense. La ley ha sido reformada en varias ocasiones, tanto para extender sus poderes como para acotarlos (Posse Comitatus, publicada tras la Reconstrucción).
Su aplicación fue discutida en junio al albur de las protestas por la muerte de George Floyd. Trump podría ampararse en un estado de desestabilización e insurrección interna para activarla. La movilización del ejército en pleno proceso de transición al poder sería un acontecimiento altamente irregular y excepcional, pero planteado ayer por algunos comentaristas conservadores. La ley es a un tiempo concreta y ambigua, pero no parece claro que su activación hoy fuera legal.
El ejército. Se trata de una teoría con reminiscencias prácticas que implicaría al ejército. De ello es consciente uno de sus ex-asesores, Michael Flynn. Hace unos días sugirió a Trump hacer uso de sus "capacidades militares" para repetir elecciones en los estados en disputa. "La gente habla de la ley marcial (Insurrection Act) como si fuera algo que jamás se hubiera aprobado. La ley marcial se ha instituido 64 veces", añadió, redirigiendo el foco hacia el ejército. Otros expertos le secundaron.
De forma inaudita, el alto mando se vio obligado a discutir en público la posibilidad de recibir una orden "ilegal", dado que atentaría contra el proceso democrático y la Constitución. Algunos de ellos fueron consultados por el Wahsington Post en esta crónica. "Creo que es injusto asumir que el presidente declararía una orden ilegal", explicó una fuente del Pentágono, poco después de afirmar que, si sucediese, los líderes interpelados por la orden dimitirían antes de acatarla.
¿Jueces? La mera sugerencia de que el ejército tutelara una repetición electoral habla de la excepcionalidad que atraviesa Estados Unidos. Una excepcionalidad trasladada también al ámbito legal. Descontado el ejército, Trump sí ha recurrido a los jueces para revertir el resultado de las elecciones. Hasta la fecha, su equipo de abogados ha presentado 62 recursos contra los resultados de las elecciones. 61 de ellos han sido derrotados. Los tribunales no parecen convencidos por su causa.
Su última esperanza es el Tribunal Supremo, tres de cuyos jueces ha elegido él mismo durante su mandato. De momento ha rechazado los dos recursos que han llegado a su mesa, de forma unánime.
BREAKING: VP's office releases Mike Pence's letter to Congress: "It is my considered judgment that my oath to support and defend the Constitution contains me from claiming unilateral authority to determine which electoral votes should be counted and which should not.” pic.twitter.com/blJYgDCuOF
— Evan McMurry (@evanmcmurry) January 6, 2021
Estorbar, molestar. Dado el inexistente fraude y la más que segura reticencia del ejército a cualquier tipo de interferencia, Trump tiene una última opción: estorbar. Desestabilizar. Es lo que hizo ayer, cuando tanto él como su abogado como su hijo llamaron a la movilización de sus seguidores en Washington. Giulani llegó a plantear un "juicio por combate" al Capitolio; Donald Trump Jr. espetó a los congresistas republicanos: "Vamos a por vosotros y nos lo vamos a pasar bien".
Trump puede agitar a sus seguidores (plantea un contra-mitin el día de la inauguración de Biden, por ejemplo, abonando el terreno para la confrontación) y entorpecer el proceso institucional. Es lo que ha hecho durante los últimos días, exigiendo a Mike Pence, su vicepresidente y presidente del Senado, paralizar la certificación del Colegio Electoral. Pence se negó, provocando otra inédita situación: la ruptura pública y animosa del vicepresidente y el presidente.
A largo plazo. Este último es el escenario más probable. Un Trump dedicado a torpedear lo que resta de transición y a utilizar sus recursos disponibles (controla al ejecutivo) para avanzar sus intereses (hace pocos días llamó al Secretario de Estado de Georgia incoándole a amañar las elecciones). Para ahondar en la excepcionalidad. Para seguir enviando un mensaje: todo es un fraude. ¿Pero por qué? Es aquí donde entra el largo plazo: Trump tiene intención de presentarse a las elecciones de 2024.
Es un juego peligroso porque erosiona los fundamentos democráticos del país y la confianza en las instituciones. Uno en consonancia a su estrategia política. Estamos asistiendo a sus primeros actos de campaña. Uno que amenaza con dinamitar al Partido Republicano. Pero esa es otra historia.
Imagen: GTRES